Con el resultado de la segunda vuelta se cierra una era política corta, intensa y alborotada. Es difícil fijar con precisión el inicio de este ciclo, pero tuvo su esplendor con el estallido social y la victoria del Apruebo en el plebiscito de 2020, cuando no se aprobó cambiar la Constitución. Sin embargo, ese mismo proceso comenzó a mostrar rápidamente sus fisuras. La derrota del oficialismo en el primer plebiscito constitucional fue un fracaso absoluto y el rechazo del segundo proyecto significó un último aleteo por sobrevivir. Esa época, por decisión popular, ha terminado.

La victoria de José Antonio Kast es la victoria del miedo. Es la victoria de los relatos sobre los procesos. Es la victoria del sistema establecido por sobre el sueño de ese “nuevo Chile”. Más importante aún, es la victoria de una época que parecía superada, pero que hoy vuelve al centro de la discusión política.

Generalmente se suele decir que “dato mata relato”. Sin embargo, durante esta campaña ocurrió exactamente lo contrario, se instalaron relatos capaces de producir miedo, incluso cuando los datos los desmentían.

El ejemplo más evidente fue el vidrio blindado en el atril desde el que hablaba el candidato de oposición, pese a que Carabineros señalaba que no existían riesgos reales para su seguridad. Otro ejemplo es la frase que prácticamente se volvió el lema de campaña de los candidatos de derecha: “Chile se cae a pedazos”. Una consigna eficaz no por su precisión, sino por su capacidad de instalar una sensación permanente de amenaza y deterioro.

Una vez instalado el miedo, solo queda ofrecer soluciones. Y esas soluciones llegaron, pero no a través de ideas bien desarrolladas ni de estrategias cuidadosamente pensadas. Durante toda la campaña dominaron los titulares por sobre los contenidos, las consignas por sobre las propuestas y la promesa de orden por sobre cualquier reflexión de fondo. “Recortar 6.000 millones de dólares” y “expulsar a todos los inmigrantes” fueron algunas de las principales promesas de campaña; en el primer caso, el candidato se negó reiteradamente a explicar un plan económico concreto, incluso cuando figuras de su propio sector, como Evelyn Matthei o Ignacio Briones, señalaron que esa cifra no era viable; en el segundo, su programa hablaba de “expulsión inmediata” en el marco del Plan Escudo Fronterizo, mientras que en debates públicos afirmaba que se trataría simplemente de “invitar a los inmigrantes a irse”, todo esto ignorando las numerosas restricciones legales, políticas y económicas.

Esta victoria del miedo tampoco puede explicarse sin una autocrítica desde la izquierda. En el último debate Anatel, la candidata pareció más concentrada en disputar el conflicto que en ofrecer ideas claras, más preocupada de responder ataques que de construir certezas. En lugar de disputar el sentido común instalado por el miedo, terminó jugando en su mismo terreno. Cuando el debate público se reduce a la confrontación y no a la explicación, el miedo no se desarma, se consolida.

La victoria de Kast no es solo el triunfo de un candidato, sino el síntoma de un clima político marcado por el miedo. Cuando este se instala en el centro del debate público, la política deja de discutir proyectos y comienza a reaccionar a amenazas. En ese escenario, gana quien promete orden inmediato, aunque no explique cómo ni a qué costo. 

El desafío que queda es evidente, si no se vuelve a disputar el sentido común con ideas claras y certezas reales, el miedo seguirá siendo la herramienta más eficaz de la política chilena. Hoy Chile despertó, pero no encontró cambio: encontró miedo.

Pablo Durán Rivera

Estudiante de Historia

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