Las críticas al mecanismo de designación del rector de nuestra universidad no son nuevas. Algunos proponen reformarlo e, incluso, movimientos como Surgencia y ciertos miembros de la NAU han cuestionado la participación de la Iglesia, expresándolo con frases como: “indígnate: al rector lo designa el Papa” o “por una elección democrática y autónoma del Vaticano”.

Sin embargo, esta discusión va más allá de la simple demanda de democratizar el proceso. En el fondo, plantea preguntas más profundas: ¿entendemos realmente lo que significa que la UC sea una universidad católica?, quienes exigen esta democratización, ¿buscan verdaderamente participar en la elección del rector o hay otro interés detrás de sus propuestas?

La identidad católica de la UC

Según Ex Corde Ecclesiae, una universidad católica mantiene un vínculo formal con la Iglesia, ya sea a través de sus estatutos o por el compromiso de sus autoridades. La Pontificia Universidad Católica de Chile nació precisamente de la Iglesia, fundada por nuestro arzobispo Mariano Casanova como respuesta a los aires liberales de la época. Posteriormente, el Papa Pío XI le otorgó el título de Pontificia, como reconocimiento de su cercanía con la Santa Sede.

Así, no se puede entender la UC sin su raíz eclesial. La Iglesia no es un ente externo que habita dentro de esta universidad, sino que ella misma es parte de la Iglesia, subordinada ontológicamente a ella como un órgano al cuerpo al que pertenece.

¿Cómo se elige el rector?

La identidad católica de la UC tiene consecuencias prácticas, como el mecanismo de elección del rector. Este sistema de designación ha evolucionado con el tiempo, pero siempre ha mantenido un principio: la autoridad última recae en el Gran Canciller y la Santa Sede.

Actualmente, el procedimiento de designación del rector —establecido luego del retorno a la democracia y no durante la dictadura, como algunos sostienen— sigue un esquema particular. Primero, un Comité de Búsqueda, integrado por académicos, selecciona una terna de candidatos que es presentada al Gran Canciller, quien elige a uno, y la Santa Sede ratifica la designación.

Ahora bien, algunos grupos sostienen que durante el rectorado de Castillo Velasco se instauró un sistema triestamental con participación estudiantil en la elección del rector. Sin embargo, incluso bajo ese modelo, la decisión final siempre recayó en el Gran Canciller y la Santa Sede. En ningún momento la Iglesia fue excluida del proceso; lo que se modificó fueron los mecanismos para conformar la nómina de candidatos.

¿Por qué esto nos concierne a todos?

Este debate nos afecta por dos razones. Primero, por el respeto a la libertad religiosa, que ampara a las instituciones confesionales para establecer su organización interna y jerarquía libremente. Segundo, porque al matricularnos en la UC, hacemos un compromiso de aceptar su carácter católico y sus normas.

Dicho ello, quienes rechazan el rol de la Iglesia en nuestra universidad no solo incumplen su compromiso, sino que además se contradicen: exigen tolerancia, pero no toleran una institución de ideales diferentes a los suyos.

Aunque la participación estudiantil no sea intrínsecamente mala ni buena, el punto de conflicto radica en el propósito que persigue. No se trata solo de quién ocupa el cargo de rector ni de cómo es elegido. El problema de fondo es que existen sectores importantes que no dudarían en despojar a nuestra universidad de su catolicidad en todo lo posible. Basta con observar a otras universidades, como la Universidad de Chile, donde no existe interés similar por modificar la designación de su rector, probablemente porque no cuestionan su identidad fundacional.

En cambio, en la PUC parece que algunos han ingresado casi forzados a una de las pocas instituciones que, con legítimo orgullo, ostenta su tradición católica, pues intentan modificarla en su esencia y organización. Sinceramente, con toda la información sobre la mesa, resulta difícil suponer un auténtico anhelo de participación por parte de quienes parecen no valorar aquello que nos hace más que un dispensador de títulos: nuestra conexión con la Iglesia y su misión.

Así, no es exagerado afirmar que, tras estas demandas, se oculta la intención de debilitar el sello católico de nuestra universidad y promover autoridades cuyas doctrinas choquen con la que nos ha caracterizado desde 1888. No se persigue una verdadera democratización, sino una erosión deliberada de nuestra esencia, la misma que nos otorga un sitial único en la formación de profesionales y en la promoción de valores en el país.

Defender esta identidad no es un mero afán conservador, sino la salvaguardia de una tradición que, de diluirse, nos convertiría en algo diametralmente distinto de que lo somos y debemos ser, para honor de la Iglesia y grandeza de Chile.

“Construyamos antes de destruir, reformemos lo que se puede reformar, reemplacemos lo que no admite reforma, conservemos lo que se ha de conservar.” (Conferencia Episcopal de Chile, 1968).

Iñaki Goycoolea, Valentina Gutiérrez

Estudiantes de Derecho

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