Mucho se ha discutido legítimamente en torno al 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, por las distintas luchas que se llevan a cabo y sus respectivas consignas, pero resulta que buena parte del actual debate sobre el mismo feminismo no nace desde una base intelectual, ni en ciertos casos racionalmente seria.

En primer lugar, la Real Academia Española define el feminismo como un “principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre”, lo cual va completamente de la mano con determinadas demandas que son absolutamente razonables, e incluso de sentido común, como el derecho a sufragio y la igualdad ante la ley.

Teniendo presente lo anterior, el feminismo nace justamente a partir de dicha lucha por una igualdad entre hombre y mujer. Ante ello, una obra fundamental que vio nacer esta noble causa fue la de Mary Wollstonecraft, mujer inglesa de la segunda mitad del siglo XVIII, quien a pesar de no haber tenido acceso a la educación y haberse dedicado a las labores domésticas escribió “Pensamientos acerca de la educación de las niñas”, defendiendo férreamente la igualdad de inteligencia entre hombres y mujeres, para así tener el derecho de acceder a la educación. Posteriormente su libro titulado “Vindicación de los derechos de la mujer”, publicado en 1792, abogó por la participación política de la mujer, el acceso a la ciudadanía, la independencia económica y la inclusión en el sistema educativo. Luego en 1869, John Stuart Mill, en su libro “La sujeción de la mujer” criticó fuertemente la desigualdad ante la ley que sufrían las mujeres respecto a los hombres, siendo dichos principios los que tras largos años de espera liderarían las mayores conquistas de la mujer hasta el día de hoy.

Pero dicho gran enfoque del feminismo comenzó a sufrir un cambio totalmente alejado de dichas premisas, fundamentalmente a finales del siglo XIX cuando en el año 1884 Friedrich Engels en su libro “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, inspirado en la idea matriz de la “lucha de clases”, sostuvo, en líneas muy simples que “el hombre es en la familia el burgués; la mujer representa en ella al proletariado”, para posteriormente afirmar que “la liberación de la mujer exige, como condición primera, la reincorporación de todo el sexo femenino a la industria social, lo que a su vez requiere que se suprima la familia individual como unidad económica de la sociedad”.

Lo expuesto anteriormente también tiene una fuerte base en la crítica al sistema económico actual, donde este supuestamente sería el responsable de la “represión económica y social” que sufriría la mujer, cuando paradójicamente la profundización de dicho sistema ha permitido, entre otros avances, la incorporación de la mujer a la vida laboral y profesional, lo cual hace dos siglos atrás era completamente impensado.

Y luego, en las últimas décadas, la lucha feminista se erradicó en el ámbito cultural.

En base a ello, Simone de Beauvoir en la década de 1940, en su libro “El segundo sexo”, plantea que, “no hay que creer que basta con modificar su situación económica para que la mujer se transforme; este factor ha sido y sigue siendo el factor primordial de su evolución, pero en tanto no comporte las consecuencias morales, sociales y culturales que anuncia y exige; no podrá aparecer la mujer nueva”. En simple, la nueva bandera feminista, consolidada posteriormente con autoras como Kate Millet en la década de 1970 y Shualamith Firestone, se puede sintetizar en que es la lucha por la destrucción de las instituciones vigentes de nuestra sociedad.

Y es precisamente a partir de dicha filosofía, con la “lucha de clases” mutada a una “lucha de sexos”, se ha instalado un clima de “odiosidad irracional” respecto de quienes se opongan a los postulados del feminismo imperante, aplicando tanto para el ámbito político, religioso, valórico o de cualquier otra índole, incluyendo a sus respectivas instituciones, tales como el matrimonio, la Iglesia y la familia, por lo que dichos grupos pasan a ser automáticamente vistos como “enemigos”, que se deben eliminar para lograr las respectivas luchas propuestas.

Finalmente, a modo de conclusión, el feminismo ha ido involucionando con el transcurso del tiempo, pasando de una lucha efectiva por temas tan básicos como el derecho a sufragio, la igualdad ante la ley entre hombres y mujeres, el acceso a la educación y a la vida laboral, la equidad salarial por el mismo trabajo realizado, la erradicación de la violencia y una gran cantidad de otras materias cotidianas, se ha pasado a una noción que tiende a mirar cada vez con mayor fuerza al adversario como un enemigo o un obstáculo, lo cual dificulta enormemente la solución de las distintas problemáticas reales que viven a diario las mujeres, siendo finalmente ellas mismas las más afectadas.

Felipe Valenzuela 

Estudiante de Derecho

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