A raíz de los hechos ocurridos hace un par de días, en los que se filtraron mensajes del chat vinculado a la candidatura de Borja Yáñez —postulante a la Confech por Movimiento Gremial—, me gustaría compartir una reflexión que, creo, va más allá del simple escándalo.

Más allá de los comentarios evidentemente inapropiados y de mal gusto, relacionados con temas sensibles que probablemente muchos ya han visto circular, hubo una frase que me llamó especialmente la atención: “(…) Algunos pueden quejarse, pero la sobrevivencia de la patria siempre está primero.”

Este mensaje, enviado en el contexto de una conversación sobre migración, deja entrever mucho más que una postura política: refleja una forma de pensar peligrosa y profundamente simplista. Es innegable que la migración —legal e ilegal—, junto con la creciente ola de xenofobia que la acompaña, constituye un tema complejo y necesario de debatir en nuestro país. Sin embargo, el uso de frases grandilocuentes, apelando a la defensa de la patria y adjudicándose un rol de salvador o mesías, no solo es ridículo; es alarmante. Este tipo de discursos, revestidos de patriotismo malentendido, lo único que hacen es alimentar la desinformación, el miedo y la exclusión.

La política universitaria, aunque a menudo subestimada o incluso ridiculizada, cumple un rol formativo clave. Es un espacio donde se ensayan liderazgos, se construyen ideologías y, más importante aún, forjan futuros representantes. Por eso mismo, preocupa ver que personas con este nivel de discurso estén detrás de movimientos estudiantiles que lideren la opinión pública hoy en día. ¿Qué soluciones concretas propone este —con perdón del término— político de juguete? Porque, más allá del discurso rimbombante, no se perciben propuestas claras ni análisis serio de los problemas. Obviamente, es solo un mensaje, difícil juzgar a la persona en específico, pero es importante cuestionar cuando solo existen consignas fáciles, cómodas de repetir en espacios donde todos piensan igual y nadie se atreve a cuestionar.

Y es que ahí está el punto más delicado: el peligro de los espacios cerrados, donde el sesgo de confirmación se transforma en norma y el pensamiento crítico se extingue. Cuando las ideas no se discuten ni se confrontan con argumentos, lo único que florece es una repetición vacía de frases hechas, tomadas de referentes que probablemente ni se entienden del todo. Así nacen estos “líderes”, más preocupados de tener la razón que de comprender el problema, y cuya capacidad de diálogo y reflexión se reduce a lo que otros ya dijeron antes.

Mientras estas opiniones se mantengan dentro del limitado marco de la política estudiantil, pueden parecer inofensivas. Pero si consideramos que muchos de quienes hoy participan en estos espacios serán quienes mañana aspiren a cargos públicos, me parece legítimo preguntarse: ¿realmente estamos formando líderes capaces de enfrentar los desafíos del país con responsabilidad, profundidad y visión?

Finalizo señalando que no me arrepiento de mi voto. No obstante, saber que detrás de ciertas candidaturas existen personas con este nivel de pensamiento y este tipo de discursos, sí me hace dudar. Especialmente si aspiramos a construir una democracia que se sustente en ideas y no en consignas vacías. Una democracia que premie el pensamiento crítico, el debate informado y el respeto por la diversidad de opiniones. Porque si de verdad queremos liderazgos con futuro, no podemos seguir normalizando la mediocridad bajo la excusa de la juventud o la inexperiencia.

Tomás Ulloa

Estudiante de Ingeniería Comercial

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