Recientemente, me llamó la atención un artículo publicado por un compañero de la universidad que hablaba sobre la presión constante y sistémica a la que nos vemos sometidos como estudiantes universitarios y lo difícil que puede ser sobrellevar todo este cúmulo de expectativas y responsabilidades.
Personalmente, siempre me he considerado un alumno de alto rendimiento y una persona capaz de manejar (tal vez demasiado bien) el estrés, pero por muchos años me sentí en parte vacío y solo realizaba lo que se esperaba de mí de manera automatizada. Ahora, se podrán imaginar que en este periodo de evaluaciones estaría al borde del colapso, pero siendo muy honesto, me encuentro lejos de perder toda esperanza todavía.
Ha sido tan solo en los últimos años en que he podido librarme en parte de estas presiones exteriores y autoimpuestas, pero, y he aquí la clave, no lo he hecho por mi cuenta, en absoluto. Académicamente, se nos exige a un nivel sin comparación (en especial para mí considerando que apenas es mi primer semestre en nuestra universidad y me encuentro enfrentándome a un ritmo completamente distinto al que estaba acostumbrado), pero en la exploración de mis intereses he descubierto que el trabajo en comunidad, el servicio a otro y el simplemente dar desinteresadamente pueden resultar (irónicamente) herramientas que terminan regalándonos mucho más a nosotros mismos.
El librarnos de este concepto de que soy un mero estudiante e involucrarse activamente, ya no solo con la comunidad universitaria, sino con comunidades diversas fuera de nuestra zona de confort, otorga primero que nada un sentido de pertenencia y significado incomparable, y en segundo lugar, la realización de que somos mucho más que solo un número o cualquier expectativa impuesta sobre nosotros. Que efectivamente podemos ser capaces de aportar un granito de arena y que no es exclusivo del título universitario, el poder sentirse como alguien en esta vida.
En cuanto podamos reconectar, descubrir o reformular por qué nos sacrificamos tanto como lo hacemos, desarrollaremos una resiliencia interna que será nuestra mayor aliada. Puntos extras si a su vez tu bienestar físico y emocional resulta en que ahora serás capaz de aportarle a otro de mejor manera. Ojo, no me refiero meramente a voluntariados o a cargos de representación estudiantil cuando hablo de involucrarse con la comunidad, sino más bien a cualquier grupo de personas en las que, dentro de tus capacidades, puedas aportar con algo, ya sea tu simpatía, tu calidez, tus conocimientos o simplemente tu tiempo.
Alejémonos de percepciones altamente individualistas, tan típicas del discurso sistemático que nos hace quebrarnos y armarnos una y otra vez y preocupémonos genuinamente por otro en cuanto tengamos la seguridad de que cambiamos, aunque sea ligeramente, el día de alguien para mejor. Llámenme soñador o idealista, pero al menos para mí, no existe mejor incentivo para seguir adelante y librarme de la presión constante que el saber que mi existencia y mis aportes pueden llegar a ser valiosos para otro en algún punto del tiempo, y que cuando me enfrento a cualquier dilema, nunca estaré solo, sino que llevaré a todos aquellos que creyeron en mí a mi lado.
Vicente A. Huaico Céspedes
Estudiante de Derecho
Jefe de vocalía LGBTQ+ de la Facultad de Derecho