Ando yo con mi pañuelito arcoíris por la calle. Nunca he tenido miedo. Nunca he sentido la necesidad de mirar a los lados o esconderlo. Nunca nadie me ha dicho nada por llevarlo.
¿Y por qué?
¿Por qué yo he sido tan libre, mientras otrxs viven atrapadxs?
¿Por qué mi familia solo me dio amor, mientras a otrxs les tocó el rechazo, los golpes, el silencio, la soledad?
Hay quienes fueron asesinadxs, violadxs, despedidxs. A quienes se les negó la atención médica, o simplemente, se les negó la posibilidad de ser.
Hay quienes buscaron ayuda y encontraron rechazo. Que acudieron a un psicólogo buscando respuestas, y les dijeron que estaban enfermxs, que nacieron falladxs, que su vida no era válida, que debían convertirse en alguien más para ser aceptadxs. Que tenían que perderse para encajar.
Hay quienes, con miedo, se atrevieron a hablar. A compartir un mensaje de esperanza. A ponerle voz a su existencia.
¿Y qué recibieron? Odio. Acoso. Amenazas. Golpes. Burlas.
Tomaron sus palabras y las retorcieron hasta convertirlas en más violencia.
¿No se cansan de destruir todo lo que intentamos construir?
Hay quienes caminan con miedo todos los días. Que antes de salir de casa ensayan excusas, esconden su forma de vestir, cambian su voz, sus gestos, sus palabras. Que no pueden ser ellxs mismxs ni un segundo, porque allá afuera el mundo los castiga solo por existir.
Hay quienes nunca pudieron soñar en voz alta. A quienes les dijeron que su identidad era un obstáculo. Que no iban a conseguir trabajo, que no iban a tener familia, que no tenían futuro. Les arrancaron las oportunidades antes siquiera de intentarlo.
Hay quienes han sobrevivido a todo: al rechazo, al abandono, al odio, y aun así, siguen levantándose cada día. Siguen apostando por el amor, la ternura, el cambio. Pero nadie habla de ellxs. Nadie cuenta sus historias. Porque en este mundo, resistir siendo disidente todavía es un acto invisible.
Hay quienes supieron desde pequeñxs que eran diferentes, pero no lo podían decir. Que crecieron sintiéndose rotxs, confundidxs, solxs. Porque nunca vieron a alguien como ellxs en sus libros, en su escuela, en su casa. Porque el mundo no les dio el lenguaje para nombrarse, ni el abrazo para sostenerse.
Hay quienes han tenido que callar toda la vida. Porque hablar significaba perderlo todo: el hogar, los amigos, la familia, la seguridad. Que se tragaron su verdad tantas veces, que casi se les olvidó cómo sonaba su propia voz.
Entonces.
¿Por qué seguimos dejando pasar las bromas?
¿Por qué reímos aunque nos incomodan?
¿Por qué seguimos diciendo “no fue para tanto”?
¿Por qué preferimos no decir nada para no “arruinar el momento”?
¿Por qué callamos cuando alguien hace un comentario violento disfrazado de chiste?
¿Por qué permitimos que se siga hablando con desprecio de lo que no se entiende?
¿Por qué normalizamos que se nos cuestione el cuerpo, el deseo o la identidad?
¿Por qué dejamos que se burlen del pronombre, del nombre, de la expresión?
¿Por qué evitamos corregir cuando alguien dice “eso no es natural”?
¿Por qué cuando alguien cuenta su historia le pedimos que sea “menos intensa”?
¿Por qué seguimos pidiendo paciencia a quien vive con rabia?
¿Por qué esperamos que lxs violentadxs eduquen a sus agresores?
¿Por qué nos cuesta tanto incomodar un poco, si es para defender a quienes viven incómodos todo el tiempo?
Somos una sociedad fragmentada, llena de conflictos y necesidades. Pero como dijo mi profesor de Fufi, también en nosotros hay potencia: la potencia de construir un mundo más humano para todxs.
Porque a pesar de todo lo que acabo de decir, creo en el potencial humano de hacer el bien, pero ese potencial es sólo nuestro para llevarlo al acto.
Esto de lo que les hablo es solo uno de los miles de temas en los que podríamos estar mejorando el mundo. No podemos seguir encerradxs en el individualismo. Las luchas no son solo de quien sufre: son de todxs.
Si estamos donde estamos hoy, es gracias a quienes hicieron algo por nosotrxs en el pasado. Y si hoy, presente, haces algo por alguien, el futuro te lo devolverá en manos de otra persona.
Así funciona el cambio, el movimiento. Solo se puede pasar de la potencia al acto por otro en acto. Nadie puede solx.
Y por eso, hoy, hay que dar la pelea.
Porque aunque haya muchos males, también somos muchxs.
Muchxs que podemos hacer algo.
Entonces, ¿por qué no lo estamos haciendo?
Florencia Osses
Estudiante de Derecho