Para toda persona que esté leyendo esto, quiero aclarar primero un par de puntos. Mi intención con estas palabras es simplemente generar reflexión y promover lo que, precisamente, todos los días observo que se ha perdido. Nunca creí que tendría que vivir en un mundo como este, donde me veo sorprendido por cómo la sociedad moderna parece ser una guerra entre tod@s nosotr@s y, casi sin darnos cuenta, hemos dejado de buscar el acuerdo para imponer opiniones y refugiarnos en extremos que, deberíamos aceptar, no están ayudando a mejorar para nada el mundo ni a encontrar la prosperidad que alguna vez se nos prometió.
El futuro que creíamos posible parece cada vez más lejano. Un mundo lleno de oportunidades, progreso y avance era la esencia de nuestro sueño y posibilidades primermundistas en la que fuimos criados —me atrevo a decir— la mayoría de jóvenes chilenos de una emergente clase media. Sin embargo, la inestabilidad, incertidumbre y violencia se hacen cada día más presentes en un mundo más que polarizado.
Quiero comentar un poco mi contexto, para que no se me tache de sesgos o ideologías. Crecí en una familia de esfuerzo, donde mi madre venía de la élite y mi padre era parte de la 2da generación de profesionales en su núcleo. Nunca me faltó un plato de comida. Heredé la preocupación por los demás de mi padre y la desconfianza al mundo de mi madre, y me tocó ver en carne propia distintas realidades, donde algunas mostraban desconexión total de la realidad y otras luchaban por una vida más digna.
Por ende, a medida que fui creciendo, pasé de ser fanático ideológico de ambos lados, participé en el estallido social en mi pueblo y me desilusioné al ver los diversos procesos electorales que, a mi parecer, fueron la semilla de la polarización y extremismo chileno actual. Por ende, comencé a buscar tonos grises en todo. Pero, lamentablemente, el mundo parecía hacer lo contrario. No veo más que odio y censura donde alguna vez hubo diálogo. No veo más que destrucción y deshumanidad donde antes se veía un horizonte prometedor.
A punta de mucho esfuerzo, este año logré entrar a esta institución, donde me he encontrado de manera más microscópica con la misma problemática que vive el mundo, en la universidad. En medio de las elecciones de la delegatura CONFECH y el escándalo provocado por las publicaciones de la FEUC, que sacudieron a toda la universidad, me parece extremadamente preocupante y triste el panorama de lados irreconciliables en un ambiente donde ingenuamente no pensé que se reflejaría la nueva guerra fría que el mundo padece hoy en día.
Me atrevo a decir que los que menos hacemos ruido somos nosotros: los del medio. Y también me atrevo a decir que somos la mayoría, porque podemos observar el panorama completo y darnos cuenta de que no todo es blanco o negro.
Si hay alguien que se sienta mínimamente identificad@ con lo que estoy diciendo, por favor, te pido: nunca dejes de pensar. Sé respetuoso con cada persona que te muestre su punto de vista, porque no sabes lo que ha pasado para poder pensar de esa manera. Recordemos que lo que construye siempre será el amor, jamás el odio ni la discordia. Si tan solo todos pudieran empatizar un poco más, no estaríamos en la crisis deshumanizante que es nuestra sociedad.
Si dejamos que nuestras diferencias de pensamiento nos separen, entonces quien haya ganado no serán tus principios, tus ideas ni tu moral. Quien realmente gana es la gente a la que le conviene que no pensemos ni busquemos soluciones a problemas que nos afectan, problemas que ellos jamás experimentarán. Somos responsables, en buena medida, de que el mundo que tenemos hoy en día no sea el que se nos prometió, ya que, después de miles de años de civilización, pareciera que no hemos aprendido nada. Pero si hay tan solo una persona que lee esto y le hace un mínimo de sentido, estaré feliz al saber que no estoy solo. Puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único.
Lucas Álvarez
Estudiante de Psicología