Estar en alerta académica es, sin duda, una señal de que algo no va bien en el recorrido universitario. Lo entiendo. Lo acepto. Estoy haciendo lo posible por mejorar. Pero lo que me cuesta entender es la forma en que la universidad me invita a enfrentar esta situación. 

Hasta hace poco, participaba activamente como embajador de carrera y como tutor de acompañamiento para estudiantes novates. Son roles que me motivan, que me hacen sentir parte de algo, que le dan sentido a estar aquí. Sin embargo, al entrar en alerta, el profesional encargado de acompañarme en este proceso –alguien cuyo rol es precisamente guiar a los estudiantes en esta condición– me sugirió dejar estas actividades para enfocarme únicamente en lo académico. 

Entiendo por qué me sugirieron dejar esas actividades. La intención es clara: ayudarme a enfocar mis energías en lo académico. Pero cuesta aceptar que, en el intento de cuidarme, se me pida abandonar justamente lo que me sostiene. Las instancias que me vinculan con otros, que me dan sentido, que me permiten sentir que pertenezco a esta comunidad, pasan a ser tratadas como un problema. Y ahí duele. Porque uno empieza a preguntarse si realmente hay espacio para estar mal sin quedar fuera. Si equivocarse significa también perder el derecho a participar. 

Probablemente soy yo quien está equivocado. Después de todo, soy yo quien está en alerta. Pero no creo –o al menos no quiero creer– que la mejor respuesta a mi situación universitaria sea tener menos universidad. ¿Cómo se supone que voy a salir adelante si me quitan los espacios que me mantienen a flote? ¿Por qué la alerta se convierte en una suerte de castigo, cuando podría ser una oportunidad de acompañamiento genuino? 

No puedo evitar preguntarme si la sugerencia de alejarme de las actividades que me dan sentido responde verdaderamente a un gesto de cuidado hacia mí, o si, sin querer, hay detrás una preocupación mayor por mantener ciertos estándares, métricas o equilibrios institucionales. Porque si estar en alerta significa dejar de participar, de pertenecer, de aportar, entonces me pregunto: ¿Qué espacio queda para quienes no encajamos del todo en los tiempos o exigencias del sistema? 

Se nos habla de formación integral, de comunidad, de aprender también fuera del aula. Pero basta estar en alerta para que lo integral se vuelva parcial, lo comunitario se vuelva individual, y lo formativo se vuelva punitivo. Tal vez valga la pena preguntarse: cuando un estudiante está en su momento más frágil, ¿Cómo queremos que se sienta tratado por su universidad? 

Felipe Eskenazi Sotomayor 
Estudiante de College

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