La Federación de Estudiantes de la Pontificia Universidad Católica (FEUC) ha sido, desde sus inicios, más que un órgano político, una expresión del espíritu que mueve a nuestra universidad. Su vínculo con los valores y enseñanzas de la Iglesia Católica no son una mera formalidad decorativa, sino el corazón que le da sentido y fin a su actuar. Por eso, la propuesta de reforma estatutaria, impulsada por la comisión de reforma en donde participan miembros de la NAU, Avanzar y Amanecer, que busca eliminar esa sujeción, no es un simple cambio administrativo: es una amputación de lo más lindo que tenemos: la identidad de nuestra federación.
Algunos podrán creer que esta modificación haría de la Federación un espacio más plural, abierto a todas las creencias y sensibilidades. Pero ese pluralismo ya existe. Nadie ha sido jamás excluido por su fe o su falta de ella; la diversidad ha convivido en la FEUC precisamente porque existe un marco ético común que asegura respeto, dignidad y propósito. Quitar ese marco no amplía el diálogo, lo vacía de sentido. Una FEUC sin referencia al ideario católico sería como un barco sin brújula, un actuar sin guía y un porqué
Además, esta reforma desconoce el compromiso histórico de la Universidad con la Iglesia, y con ello, la visión del ser humano integral: racional, espiritual y comunitario. Eliminar la sujeción a esos valores no “moderniza” la FEUC, la desarraiga. Las instituciones, como las personas, necesitan fundamentos. Y cuando una institución universitaria renuncia a los principios que le dieron origen, deja de representar algo mayor que una coyuntura política: se convierte en una maquinaria vacía de contenido
No se trata de imponer una fe ni de reducir la libertad de conciencia. Se trata de reconocer que los valores que inspiran a la Iglesia: la búsqueda de la verdad, la solidaridad, la justicia, la defensa de la vida y la dignidad humana, son perfectamente compatibles con la libertad y la diversidad. Son, de hecho, los que han permitido que la FEUC sea un espacio de servicio y encuentro. Quitar esa orientación es romper un contrato moral con la historia y con la misión de la PUC.
En tiempos en que las instituciones pierden credibilidad y los discursos se fragmentan, lo que necesitamos no es una FEUC que se desentienda de su raíz, sino una que la encarne con madurez y apertura. Los estatutos no son un obstáculo, son una memoria viva. Reformarlos en este punto sería como borrar la firma del artesano para quedarse solo con la madera. Y una comunidad sin signo ni norte no construye futuro: se diluye.
Diego Arqueros, estudiante de derecho de primer año
Nicolás Pozo, estudiante de derecho de segundo año