—El otro día leí que para el 2021, se había registrado que solo un 2,9% de estudiantes de pregrado en la UC pertenecían a pueblos originarios, ¿qué opinan? 

—Creo que igual es una cifra subrepresentada, diría que somos más —responde Ckepihare, que sostiene una cuerda trenzada que descansa en el piso. 

—Igual, autoidentificarse es diferente a tener apellido indígena. Hay personas que tienen apellidos indígenas, o rasgos, y no lo dicen. Nosotros igual intentamos que la gente que ha tenido acercamientos, aquí pueda vivir su identidad tranquila  —añade Camila. 

Aquellas estudiantes intentan resolver cómo colgar mándalas —piezas hechas a partir de 2 palos de madera y lana dispuesta acorde a diseños— en algunos árboles. La cuerda que estaban usando no resistió el peso de los artefactos y se cortó. Todavía quedan preguntas por realizarse, pero ambas estudiantes son llamadas a probar sonido. 

Hoy, jueves 19 de junio, Trawün Tinkuy ha organizado un evento a propósito del Machaq Mara, también llamado Año Nuevo Aymara. Así, entre pendones conmemorativos y un mesón lleno de comida tradicional, una multitud se ha reunido afuera del hall universitario en el Campus San Joaquín de la Pontificia Universidad Católica. En medio de la música. Camila y Ckepihare se sitúan frente al público, cada una lleva un micrófono y una hoja. La última vez, la ceremonia fue animada por una persona no indígena. En esta ocasión, ambas optaron por tomar aquel rol. 

—Entre el 21 y el 24 de junio, todo Chile se llena de color, música y tradición para conmemorar el solsticio de invierno. Este es un momento sagrado para conectar con nuestros ancestros y recordar la tradición para celebrar el nuevo año o ciclo —expresa Ckepihare a través de su micrófono. 

Después de algunos agradecimientos, el patio se tiñe de distintos colores: Alma UC, una agrupación folclórica conformada por estudiantes universitarios, se hace presente en la ceremonia. Ellos han preparado una muestra de baile, y son el primer grupo folclórico en presentarse durante la celebración. Seguirán 4 agrupaciones más.  

Fijas en su rol de animadoras, ademanes de baile nacen de Camila y Ckepihare, y no es extraño, pues ambas forman parte de San Simón, otro de los grupos que más adelante presentará. Una muestra más del profundo compromiso que ambas guardan con sus raíces culturales, lazos que las han motivado a organizarse dentro de la vida universitaria y, a impulsar actividades como la de hoy. 

Camila, de origen Mapuche, inició su participación en Trawün Tinkuy el año 2023. En aquel momento, la estudiante de Trabajo Social buscaba un lugar que le permitiera no sólo conectar con sus raíces, sino también hacerlo a partir de la propia vida universitaria. En la organización estudiantil encontró lo que buscaba. Su primer acercamiento se realizó en la escuelita intercultural, una de las tantas actividades que promueve Trawün Tinkuy en la cotidianidad, tales como los talleres de danza, mapuzüngun, o confección de telares andinos.  

Ckepihare, por otro lado, que proviene del pueblo Lickanantay y estudia psicología, se unió a la organización el año 2022. Similar a Camila, ella recuerda haber buscado un espacio de expresión identitaria, inspirándose, principalmente en la labor que algunos primos suyos realizaban  en el Hogar Ayllu, un centro de desarrollo sociocultural ubicado en Antofagasta. 

Ambas estudiantes, el día de hoy no solo se hallan animando un evento conmemorativo por el Machaq Mara, sino que también, han jugado un rol indispensable las semanas previas al evento. Ckepihare, por ejemplo, debió traer consigo las distintas colaciones que serían repartidas, aparte del equipo organizador de la actividad. Camila, de manera similar, trajo consigo las mándalas que colgarían en el patio para adornar; y, a su vez, estableció contacto con las agrupaciones folclóricas invitadas, teniendo que velar también por conseguir las pistas musicales apropiadas para el evento, sonidos ancestrales que envuelven el danzar de vestuarios multicolores, pero que repentinamente se detienen: Osada del Zanjón, la última agrupación en presentarse, acaba de finalizar su danza.

El evento llega a su fin, la mesa que alguna vez albergó tradicionales comidas, ahora se halla vacía. El equipo de Trawün Tinkuy comienza a guardar sus pendones y sus mándalas. Camila y Ckepihare reparten algunos diplomas a los grupos folclóricos. Algunas otras personas se toman fotos con los bailarines.

— ¿Cuáles fueron sus sensaciones mientras animaban?  

— Bien, siento que estuvo bien animar para ir variando, el año pasado nos dedicamos a hacer otras cosas. Lo disfruté más este año —responde Camila, aún con algunos diplomas entre las manos. 

— ¿Qué esperanzas tienen para el futuro de la iniciativa?  

— Que la gente indígena pueda vivir sus raíces, que todos puedan vivir sus tradiciones y que todos al final hagamos comunidad aquí, yo creo que eso es lo importante —contesta Camila, levantando unos bolsos desde el piso.

— Me gustaría que Trawün fuera una facilidad, un resbalín que ayude a algunas personas a sentirse orgullosas de sus identidades y raíces —concluye Ckepihare. 

Así, termina la jornada tejida por Trawün Tinkuy. El eco de las danzas aún flota en el aire, como si el viento se negara a soltar del todo los colores. El patio, que alguna vez fue solo cemento, hoy guarda huellas de trajes, cantos y raíces que vibraron al unísono. El solsticio de invierno —ese antiguo visitante— ha llegado. Y con él, un nuevo ciclo: uno que florece entre pasos de baile, hilos colgantes y esperanzas que no piden permiso para brotar.

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