Más allá de todo análisis a corto plazo, las primarias de este domingo fueron un reflejo amargo del país que estamos construyendo. La polarización pasó de ser un fenómeno político a convertirse en un estado emocional colectivo, dejando limitados espacios para la voz de la mayoría. Gane quien gane en diciembre, esta situación solo empeorará. Basta con revisar las últimas encuestas de opinión pública, los resultados de elecciones recientes y las diversas ideas en RRSS para dar cuenta de la amplia polarización que vive la sociedad chilena.
Las posiciones extremistas han ganado popularidad. Se venden como signos de autenticidad y valentía de “decir las cosas como son”. Aplacan una supuesta tibieza y amarillismo de una política tradicional que “no ha podido responder”. La capacidad de sensacionalizar lo banal hace parecer inútil e ineficiente la institucionalidad democrática y la moderación.
Lo que vuelve dañina a la polarización es la manera en que nos transforma en tolerantes de posturas que alguna vez considerábamos impensables. Esta tolerancia descalibra nuestra brújula ética, la democracia se vuelve difusa y la empatía opcional. Nuestra atención se dirige al bando que promueve la propuesta y no a sus fines reales. En consecuencia, solo queda fuera de los límites aquello contrario a mi movimiento, pero no se cuestiona lo propio.
El supuesto diálogo político se vuelve una trinchera, exenta de cooperación, en la que solo se lanzan ideas al aire, esperando avanzar aunque sea un centímetro en esta frontera ideológica durante cada elección. Sin embargo, gobernar no es la voluntad del más fuerte, no es quien grita más alto, no es el que golpea la mesa primero ni quien junte más gente en una plaza. Al contrario, gobernar se trata de construir algo en conjunto y buscar una armonía. La democracia es, antónima de la intransigencia, el principal valor que los extremos traen a la mesa. Si la cooperación se vuelve imposible, entonces ya no estamos eligiendo un presidente que represente a la voluntad general, sino que un líder que pueda imponerse por sobre los intereses de sus “enemigos”, es decir, de cualquier otra persona que opine distinto. Lo curioso es que dicha “victoria” política es efímera, ya que basta que otro bando de un extremo contrario pueda volver a imponerse para deshacer todo lo hecho por el primero. Y así se repite el círculo vicioso.
Algunos podrían afirmar que la polarización refleja una crisis institucional, lo que probaría la necesidad de reformas urgentes al sistema político. Pese a que no se descarta dicha posibilidad, tampoco debe ignorarse el rol que juega la comunidad civil en este sentido, en alimentar o solventar la polarización. Es así como lo que le hace falta a Chile es un lenguaje compartido, un ánimo de cooperación. No un ánimo refundacional o autoritario, ni tampoco “botar” todo este progreso alcanzado en los últimos 30 años a la basura. Tal como sabemos, el pueblo tiene memoria; si las clases de Historia sirven para algo, debemos aprender de las experiencias pasadas. Debemos volver a incentivar la política dialogada, porque la política, en su mejor versión, no es una guerra, sino la forma civilizada de evitarla.
Dicho lo anterior, el riesgo más grave no es la polarización en sí misma, sino que nos acostumbremos a ella, que terminemos normalizando la antagonización permanente como una forma legítima y efectiva de hacer política. En consecuencia, es lamentable que este fenómeno también se reproduzca en nuestros espacios universitarios. Grupos como Amanecer o el Movimiento Gremial parecen más preocupados de ganar el gallito ideológico que de construir soluciones reales para una comunidad diversa, encapsulados en relatos que glorifican el pasado o demonizan el presente. Pero ningún país ni universidad avanza si quienes la habitan se resignan a gritarse desde esquinas opuestas. Lo que está en juego con la polarización no es solo el rumbo político, sino la posibilidad de no volver a encontrarnos. Perder esta capacidad de cooperación nos afecta a todos.
Peor aún es cuando ciertos movimientos intentan disfrazarse de moderados. La actual administración solidaria de la FEUC se autodenomina de “centroderecha”, pero constantemente le demuestra al estudiantado que no hay un espacio para la representación plural, ya que habla de “comunidad” cuando solo convoca a dialogar a los propios. Se trataría de una cámara de eco, en la que solo tienen validez las ideas que refuerzan sus rígidas convicciones. Esa es la peor forma de polarización, la que se disfraza de equilibrio. La política no debe pertenecer a aquellos que fingen oídos sordos, y las acciones que se toman hoy desde la política universitaria deben reflejar el futuro que queremos como estudiantes para el país. El cambio empieza con nosotros.
Trinidad Matta, Derecho, Avanzar UC,
Nicolás Arancibia, Derecho, Avanzar UC
Josefa Navarro Derecho, Avanzar UC
Vicente León, Derecho, Avanzar UC
José Fernandez, Derecho, Avanzar UC
Marcelo Bravo, Derecho, Avanzar UC
Tomás Kalau Von Hofe, Diseño, Avanzar UC
Nicolás Avendaño, Derecho, Avanzar UC
Ema Gross, Derecho, Avanzar UC
Vicente Latapiatt, Derecho, Avanzar UC