Es difícil comenzar escribiendo sentimientos profundos, que a ratos se desbordan de las páginas…

Hace unas semanas tuve el privilegio de poder hacer clases sobre memoria y derechos humanos en el Liceo Villa Macul gracias al voluntariado de Educar con la Memoria de la Universidad Católica.

Digo privilegio porque enseñar en ese contexto es, en realidad, aprender: escuchar inquietudes, silencios y dudas.

Sin embargo, puedo decir que, lamentablemente, en Chile se habla mucho de memoria, pero se enseña poco. La memoria histórica, que debería ser un pilar de nuestra vida democrática, muchas veces aparece en el currículum escolar como una nota al pie, como un contenido más en la lista.

En ese sentido, el problema es que, sin una pedagogía clara de la memoria, que permita entender el pasado y el presente en su complejidad, se abre espacio para el negacionismo, la indiferencia y la banalización del mal.  No basta con repetir consignas, hay que generar conciencia para no cometer los mismos errores.

Haciendo clases, aunque fuese por poco tiempo, me pude dar cuenta de que hay una chispa en cada alumno que necesita ser encendida. Esa chispa se manifiesta en una pregunta tímida, en un gesto de sorpresa o en el interés genuino por entender qué ocurre en una sociedad tan compleja.

Entonces, lo que falta no es la capacidad en los jóvenes, sino la educación para que la memoria florezca.

Finalmente, se acerca el 11 de septiembre, una fecha en donde distintos sentimientos despiertan en las personas. Para algunos la tristeza y para otros un motivo de celebración. Sin embargo, creo que hay que dejar de lado esas diferencias y pensar en que la memoria no debería convertirse en una bandera ideológica, ya que su verdadero sentido es mucho más profundo. Esta es, ante todo, un acto de dignidad, justicia y de empatía humana, pues, se trata de reconocer el dolor de quienes sufrieron, aprender de sus experiencias y recordar lo que otros quieren olvidar.

Por lo mismo, creo que más allá de una posición política, la memoria y los derechos humanos deberían respetarse siempre; siendo la educación el puente para abrir el camino hacia una sociedad más justa, consciente y capaz de aprender de sí misma.

Emilia Roa, estudiante de Historia y militante del NAU!

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