Recientemente, después de la culminación de la segunda interrogación en mi carrera, se generó una ola de frustración colectiva gracias a la misma, la cual polarizó, en parte, al grupo generacional. Esta polarización generó ciertos comentarios, algunos, demeritando el hecho de entrar a la universidad.

Me pregunto si estas personas entienden lo que significa luchar por un lugar en la Universidad cuando no hay de otra. Un simple comentario vulnera a todas aquellas personas que no ingresaron por admisión centralizada o que han centrado su vida en lograr este objetivo. Para muchos, ingresar a la Universidad no es solo un logro académico, sino también un sacrificio personal y familiar. La presión para ingresar a la Universidad puede ser abrumadora, y para algunos, es una cuestión de supervivencia.

Quizá este hecho fue el desencadenante para caer en cuenta de cuándo la voz está sesgada por el privilegio, y cómo este mismo hecho se reitera cada semana dentro de la universidad.

Hace unos días vivimos la polémica con la FEUC, donde integrantes masculinos de la “Federación que representa al estudiantado” apoyaban una postura que impone sacrificios a las mujeres sobre su propio cuerpo. Y siguiendo con el mismo hilo, las mismas personas, luego de las manifestaciones, salieron a imponer el “cómo deben manifestarse las mujeres”. ¿Hombres opinando sobre cómo las mujeres deben “ser feministas”?  Pero bueno, no se puede esperar más de aquel sector que declaró estar preocupado por “la salud financiera de las instituciones” más que por el cómo sus compañeros puedan financiar sus estudios, sin dar cuenta pública sobre las becas.

Los chats “filtrados” (es de público acceso) de “Borja CONFECH” juzgando la inclusión trans en el área laboral, o la situación migratoria actual, confirman este punto, opinan sobre situaciones que desde el punto en el que se encuentran, solo transmiten nula representación y aprehensión de las problemáticas, que van más allá de lo que les afecta como individuo.

No puedo entender como las personas avalan y se declaran partidarios de movimientos, que no solo no les afectan, sino que nunca les van a afectar. La burbuja de privilegio es tan densa que no pueden ver más allá de ella. Y es impresionante la poca capacidad de empatizar con sus propios compañeros que tienen la mayoría de autoridades y representantes de esta universidad.

Considero que ha llegado el momento de detenernos, no solo para reflexionar, sino también para exigir algo tan básico como espacios donde quienes nos representan hagan el mínimo esfuerzo de escuchar. Deben salir de su burbuja, aunque sea por un instante, y descubrir que hay más allá de lo que los rodea: personas que sufren por cosas que no les afectan a ellos.

No podemos seguir permitiendo que la ignorancia y la indiferencia nos conduzcan a una sociedad perpetuamente injusta y desigual. 

¿Qué precio estamos dispuestos a pagar por seguir callando frente a la nula empatía, y cuánto tiempo más podremos mirar hacia otro lado antes de que sea demasiado tarde?

Vicente Martínez

Ingeniería Civil

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