Hace un par de semanas, mientras pasaba por el segundo piso de la biblioteca San Joaquín, vi a una pareja reírse entre los papeles que tenían en la mesa, un par de destacadores color pastel y sus tabletas con diapositivas de estudio. No era una cita tomándose un café y compartiendo unas medialunas; era una sesión de estudio. Fue ahí cuando me pregunté: ¿estudiar juntos es el nuevo “te invito a salir”?
En una universidad tan grande como la UC, donde el estudio no da tregua y el tiempo de calidad a veces es un lujo, el romance también muta, se adapta al contexto universitario. Ya no se trata de paseos o de hacer una invitación al cine; ahora el nuevo coqueteo es preguntarle a la persona que te interesa “¿quieres repasar la materia en la sala de estudio a lo que termine el módulo?”. Como si el coqueteo viniese en formato PDF.
Y es que claro, el amor en semana de interrogaciones no tiene tiempo para los rituales clásicos. El nuevo lenguaje del coqueteo es compartirse los apuntes, o quedarse estudiando hasta que suene el timbre de aviso que ya va a cerrar la biblioteca, sin que nadie se atreva a decir “me gustas”, pero con la tensión acumulándose mientras realizan los ejercicios de precálculo.
Lo interesante de esta dinámica es que difumina las líneas entre lo romántico y lo académico. ¿Qué pasa cuando quien te gusta también te manda memes en la noche a las 3 AM? ¿O cuando esa persona con la que estudiaste comienza a aparecer en tus pensamientos mientras estudias solo?
Yo he estado ahí, casi todos hemos estado ahí. Esa sensación de que la persona con la que compartes esas horas de estudio, frustración, silencios y risas, de pronto comienza a tener un brillo diferente. En el momento menos pensado, un “¿me pasas tus apuntes?”, se transforma casi en una insinuación.
¿Es acaso esta forma de amor menos romántica? No lo creo. En muchos casos, estudiar juntos puede ser incluso más íntimo que una cita tradicional; estás mostrando una faceta de ti donde en la mayor parte predomina el caos, la concentración, la frustración y el agotamiento.
Hay que tener ojo y cuidado, no todo estudio compartido es sinónimo de romance. A veces un resumen compartido es solamente eso, o un “estudiemos juntos” es algo honesto que no esconde otras intenciones. Es en esos momentos cuando nos confundimos, cuando estamos emocionalmente vulnerables por un ramo, y esa persona se acerca a tranquilizarte diciéndote “ánimo, que lo vamos a pasar”, es fácil romantizar la ayuda.
Quizás, como toda generación universitaria, acostumbrada a la eficiencia y productividad, hemos hecho que hasta el amor sea productivo. Una maravilla donde se puede estudiar y enamorarse al mismo tiempo. Donde podemos rendir y sentir. En tiempos donde pasar el ramo y encontrar el amor, en el contexto universitario, es como ganarse la lotería.
Inevitable no preguntarme: ¿Cuántas personas habrán encontrado el amor por una simple guía de cálculo? ¿O por un trabajo grupal de un OFG? Puede ser que estemos viviendo la nueva era del romance universitario, más caótica, más sincera y menos editada.
En el fondo, quizás el amor verdadero no está en las grandes citas, no está en los restaurantes, bares y cines, sino en los pequeños gestos entremedio de la semana de interrogaciones, o de los cafés afuera del castaño, acompañado de PDFs y risas. Y tal vez, solo tal vez, en una UC donde el amor verdadero está escondido entre guías con destacador verde agua y una mirada que dura más que lo académico. El “estudiemos juntos” sí es el nuevo “te invito a salir”.
Renato Nazael Torres
Estudiante de Estadística