En los últimos años un discurso desestimador ha emergido en las alas de cambio de la sociedad: el consenso en contra del uso de la fuerza. El principio es simple y obvia en muchos aspectos, “la violencia en cualquiera de sus formas está mal”.
El pacifismo es en esencia algo bueno, la estabilidad en este y la paz siempre es un estado que debemos buscar. En contraposición, la violencia es un estado que traerá sufrimiento e inherentemente dolerá, pero no por eso debemos validar la desestimación del uso de esta, sin un previo análisis crítico. Las situaciones son variadas y complejas, pues la opresión no siempre vendrá como algo que podamos físicamente observar. Con eso, a la hora de velar por la paz es importante revisar y entender si la violencia se está ocupando de manera de resistencia o supervivencia. De no ser así podríamos caer en un “Sobre-Hippismo Opresor”, posición la cual yo describiría como un mecanismo de pacificación de la clase opresora sobre los avances revolucionarios.
Es lo que estamos viendo hoy en día con la indiscriminada condena a Hamás por parte del discurso colectivo y, como se ha desestimado totalmente el Estallido Social borrando así la memoria de quienes apoyaron hasta a la “primera línea”. Ahí la reflexión: ¿Se hubiera vencido al tercer reich sin la fuerza de parte de la Unión Soviética y los aliados? ¿La independencia de Chile se hubiera logrado solamente hablando con la Corona Española? o también, ¿China hubiera resistido al Japón imperial sin los brazos armados de las fuerzas opositoras?
En el afán de formar parte del cambio muchos se suscriben al: “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”, pero si hay tantos a favor de la revolución y el cambio, entonces ¿por qué obvian que, históricamente estos se han hecho por las armas o por lo menos por la no blandura ante la opresión dialéctica del momento? Pues sabemos y la historia nos ha enseñado que la revolución consta de violencia, un ejemplo de esta sería la Revolución Rusa, ya que digan lo que digan, fue la solución contra el zarismo opresor.
Hemos de forzar nuestro pensamiento crítico para poner bajo nuestro juicio las situaciones que estén y/o ameriten el uso de la fuerza para llegar a cambios. Hay que tener cuidado a la vez, con el cambio de paradigma: no es que toda violencia es buena, sino que, no toda violencia es automáticamente mala. Lo que busco con esta columna es hacer que cada uno pueda cuestionarse el porqué condena y el porqué se teme hablar sobre el apoyo de grupos armados sin que te miren como un acérrimo “partidario del terrorismo”. Tomar bandos no es desear la guerra, sino también apoyar al oprimido y no ser cómplice del silencio institucional de situaciones inhumanas. Pues a veces la violencia, aunque no deseada, es necesaria.
J. Joaquín Vallejo
Estudiante de Ciencia Política