Muchos miran con desdén las elecciones, tanto las universitarias como las prontas presidenciales, y en ambas se llega a la misma clásica frase: “da lo mismo quién gane, si igual nada cambia”. Ese gesto de indiferencia no es nuevo, pero hoy se confunde con una supuesta falta de interés político. Lo cierto es que la política no desapareció; cambió de forma y aún no sabemos cómo leerla del todo. Lo que vivimos hoy no es su desaparición, tampoco es un desentendimiento de la política, es una evidente crisis de representatividad.

Si la pregunta es: ¿Hay una crisis política? Sí, la hay. Pero no solo en nuestra universidad: podemos extrapolarla al país completo y, sin mucha dificultad, al mundo. Sin embargo, personalmente tengo un diagnóstico no tan fatalista.

No somos tantos estudiantes para ser representados, pero a la vez es cierto que los niveles de participación son bajos tanto en nuestra universidad como a nivel país. Aun así, reducirlo todo a simplemente eso es ignorar una realidad más compleja. En nuestro caso, los estudiantes se organizan de otras formas, menos visibles para los esquemas tradicionales, aunque no por eso menos políticas.

Se suele decir que “no todo es política”. En realidad, todo lo es, aunque no siempre la que a algunos les gustaría. No todo es esa política que les consigue votos, la exposición y el colocarse el cargo en la biografía de Instagram. Hay una política que se realiza en los pasillos, en los grupos de amigos e incluso en comunidades de estudiantes unidos por una causa y no necesariamente en el consejo FEUC. Asimismo, creo que es importante dejar claro que no es una “crisis estudiantil”, es una “crisis política”, una por fallar en la tarea de lograr que exista una conexión real entre representantes y representados.

Es innegable que los movimientos estudiantiles han sido relevantes cuando levantaron la voz frente a la desigualdad, la democracia o la educación. Encerrarse en un partidismo, casi religioso, es renunciar a ese rol histórico y aceptar un lugar secundario. No podemos limitarnos a hablar solo de lo que “se puede”, debemos hablar también de lo que queremos. Y justo ahora, cuando la sociedad necesita más voces críticas, no menos.

A mi parecer, no estamos frente a una crisis terminal, sino ante una crisis de imaginación política. Lo cómodo es culpar a otros, culpar a la gente “no interesada”, culpar a la alta política y luego refugiarse en lo que conocen. Lo difícil y lo verdaderamente urgente es reinventar la política universitaria para volver a incomodar, proponer y conectar con los problemas reales del estudiantado. Si hoy los estudiantes no mueven masas, no es porque falten causas, sino porque falta quien las tome en serio. Faltan las voces que las lleven.

Tomás Ulloa

Estudiante de Ingeniería Comercial

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