No es un misterio para nadie que el movimiento estudiantil, al igual que el sector político respecto al cual la Nueva Acción Universitaria reconoce pertenencia e identificación, experimenta hoy una profunda crisis producto de la incapacidad de sus actores de adaptar sus demandas y formatos de acción política a una realidad social, política y cultural que ha sufrido numerosos vuelcos durante los últimos años. La centroizquierda se encuentra hoy algo desorientada, confundida, luego del evidente agotamiento del proyecto histórico de la Concertación y de las sucesivas dificultades enfrentadas por los gobiernos de Michelle Bachelet y Gabriel Boric. Las movilizaciones sociales de 2019, que parecían inaugurar finalmente un ciclo histórico que permitiese superar la herencia neoliberal de la dictadura, terminaron lapidadas en el fracaso rotundo de un proceso constituyente que pretendía levantar algunas de estas banderas. Hoy, a diferencia de hace una década, los estudiantes movilizados de la centroizquierda ya no podemos darnos el lujo de actuar bajo el supuesto de que nuestras demandas son compartidas por el grueso de la población; muy por el contrario. Debemos asumir la realidad del reflujo de las protestas que alcanzaron su cénit en 2011, de los movimientos sociales que acompañaron dicho tránsito y el avance político de la derecha más reaccionaria, cuyas expresiones universitarias persisten hasta hoy.
En un contexto de retroceso de la centroizquierda, pero también de crisis en las organizaciones sociales, la necesidad de articular una reflexión profunda respecto de los fundamentos de nuestra acción política y la realidad a la cual nos enfrentamos se vuelve más acuciante cada día que pasa. Sin embargo, el vértigo de la contingencia, la polarización afectiva y la cultura inmediatista de las redes sociales han inhibido la emergencia de una discusión articulada, con altura de miras, que pueda relevar los temas de fondo y proyectarlos en una estrategia de mediano plazo para construir, con sentido histórico y amplias mayorías, un país mejor. Dentro de la Universidad Católica, en cambio, nuestro sector ha logrado mantener cierto dinamismo. A través de una sólida gestión en la Federación de Estudiantes y la Consejería Superior, hemos buscado mantener en alto la organización estudiantil en nuestra Universidad, cuya institución máxima cumple por estos días 85 años de vida. Además, hemos propiciado la movilización de nuestros compañeros y compañeras aún en un contexto de extrema dificultad, donde casi todo el resto de las federaciones universitarias han caído en procesos de desintegración y los espacios de encuentro han sido severamente restringidos por la pandemia y otras medidas adoptadas por la Universidad, preocupándonos de su bienestar y también de representar sus intereses y demandas con un discurso claro, pero también responsable.
La mecánica de los cargos de representación, que nuestro movimiento tiene con mayoría a partir de las elecciones del mes de octubre pasado, suele ser difícil de conciliar con un proceso de reflexión mesurado, profundo y bien pensado. No es nada fácil mantener el foco en las discusiones de fondo cuando las exigencias de la gestión del día a día imprimen un ritmo difícil de seguir para la mayoría, y sabemos que reexaminar nuestras reflexiones, nuestras ideas y nuestros discursos es un desafío que no habíamos logrado abordar con la serenidad que este merecía. Pese a esto, nos pusimos manos a la obra y decidimos crear una experiencia completamente nueva en la Universidad: un Congreso Ideológico y Estratégico, que en tres días de trabajo y discusión permitiese orientar las líneas programáticas de nuestro movimiento en los desafíos próximos, además de nutrir el debate interno y explicitar nuestras posiciones de cara al estudiantado que buscamos representar. Entendimos que nuestras asambleas, nuestras sesiones de formación y discusión, y nuestras Jornadas de Invierno y Verano, si bien valiosas, nos van quedando chicas. Necesitábamos una instancia de reflexión y resolución más sustantiva, más densa, que nos permitiese aclarar nuestras propias dudas y volver a encontrarnos en aquello que nos otorga sentido como colectivo: las propuestas de fondo. Ningún otro movimiento u organización política de la UC lo había hecho hasta este momento, ni siquiera aquellas que constantemente nos recriminan nuestra falta de reflexión.
El I° Congreso Ideológico y Estratégico “Fernando Castillo Velasco” nace de un diagnóstico y de una hipótesis política concreta: la centroizquierda necesita volver a hablar de los temas de fondo, el movimiento estudiantil necesita volver a empaparse de los debates que le dieron vida hace más de una década, y la Universidad Católica necesita un movimiento político con un discurso, ideas y propuestas claras en torno a su programa de trabajo. Para esto nos dedicamos durante meses a planificar, hasta en el más mínimo de los detalles, una metodología de trabajo y un proceso de preparación colectiva que terminase en el gran hito del Congreso. Y lo más importante, que esta instancia se llevase a cabo de forma seria, que cada militante pudiese participar en la deliberación colectiva y manifestar su parecer respecto de los más diversos temas, para entregar de esta forma una propuesta integral hacia la Universidad y el país, con la intención también de abrir la discusión en torno a ella. A la luz de los hechos, podemos decir con orgullo que lo hemos logrado. Sumando casi 30 horas de trabajo entre plenarias, comisiones y conversatorios, el Congreso NAU aprobó —en el salón Manuel Bustos de la CUT— por mayoría calificada 117 mociones, a su vez provenientes de las seis comisiones temáticas en las cuales los congresales fueron distribuidos. Estas abarcan un amplio abanico de temáticas, desde banderas de lucha históricas como la educación, el feminismo y la sustentabilidad, hasta posiciones en torno a la reforma de las estructuras de nuestra Universidad, las necesidades urgentes de la vida estudiantil y un análisis de nuestro lugar en el actual contexto nacional y global, pasando por una revisión y consolidación de nuestros propios fundamentos doctrinarios.
Entre otras cosas, afirmamos nuestra concepción de la educación como derecho social, “es decir, el acceso a ella y la calidad de su provisión no pueden estar mediados por la capacidad de pago u otras consideraciones arbitrarias, ajenas al principio básico de ciudadanía” (Moción 1.3); nuestro apoyo a las políticas de educación no sexista (1.7); nuestra propuesta de soluciones “para aquellas familias que permanecen agobiadas por el endeudamiento producto del gasto en educación, velando por el fin efectivo del lucro y el abuso económico en las instituciones educacionales” (1.25). También relevamos nuestra crítica estructural al neoliberalismo como modelo económico y la mercantilización de la vida (2.1), proponiendo en su reemplazo un Estado de Bienestar con provisión de servicios sociales universales (2.6) y con especial énfasis en reparar la cohesión social a través de un “sentido nacional unitario” (2.9); nuestra posición respecto a la descentralización (2.12) y la transición energética (2.15); nuestro respaldo a la creación de un Sistema Nacional de Cuidados (2.18) y un sistema mixto en salud (2.20) y pensiones (2.21).
Internamente, nos hemos definido “por una política de consensos, trabajando por un proyecto progresista que beneficie a las comunidades mediante los grandes acuerdos” (3.2); como “un movimiento de grandes mayorías” y no identitario (3.3); apostando “por ser un movimiento abierto y pluralista que reconozca que existen distintas expresiones del espectro político” (3.12); reafirmando nuestra autonomía respecto a entidades externas (3.13); reconociendo al socialcristianismo, socialdemocracia y socialismo democrático como corrientes inspiradoras y constitutivas del movimiento (3.15); y persiguiendo “la unidad de la centroizquierda como objetivo fundamental e insoslayable” (3.23). Respecto a la realidad nacional, aspiramos a una nueva Constitución “pluralista, transversal dentro del espectro democrático, viendo la democracia como un fin en sí mismo” (4.1); ratificamos nuestra condena irrestricta a la violencia como forma de acción política (4.3) y nuestro compromiso con los Derechos Humanos, “reivindicando la memoria como un ejercicio para la reconciliación de la Patria y la construcción del Chile del futuro” (4.7); nos definimos nuevamente como un movimiento “feminista, de caracter interseccional y paritario” (4.8); abogamos por una centroizquierda “progresista, reformista, democrática y ajena a todo tipo de populismo” (4.9); apoyando las demandas históricas de los pueblos indígenas (4.12) y de las y los trabajadores, incluyendo la negociación colectiva por rama de actividad (4.14).
En cuanto a la realidad de nuestra Universidad, hemos propuesto un “sistema de salud mental con un enfoque integral que abarque la diversidad de necesidades de la comunidad universitaria” (5.2); demandando una mayor apertura de la Universidad en la gestión de espacios para poder recuperar nuestra vida comunitaria (5.7); apostando por una educación inclusiva (5.12), la libertad académica (5.14) y una mayor participación de los representantes académicos respectivos en los procesos de permanencia (5.15). Por último, hemos definido la democracia universitaria como “el medio a través del cual la comunidad participa activamente del proceso de discusión, opinión y toma de decisiones que guiarán y definirán la dirección que escoja la UC” (6.3), señalando mínimos democráticos para dicha participación (6.5) y apostando por “el respeto, la tolerancia, y una fuerte apertura al diálogo y a la pluralidad de posturas” como valores fundamentales (6.8); buscando la participación multiestamental en la elección de autoridades locales (6.7), la Rectoría (6.9) y la composición del Consejo Superior (6.19), con el espíritu de la Reforma Universitaria de 1967 (6.10); y señalando que la alternativa de representación ofrecida por la NAU “debe estar comprometida con la democracia planteada en los términos de las presentes mociones, respondiendo los representantes a sus respectivos territorios, y protegiendo a la totalidad de los estudiantes que representan” (6.17).
Desde nuestro modesto rincón en la Universidad Católica, entendiendo nuestras limitaciones, con la conciencia de que nos debemos primero a la comunidad que nos acoge pero también al país que amamos, hemos hecho nuestro mejor esfuerzo por volver a nuestros principios. Hablando de política en serio, sometiéndonos al escrutinio interno y externo, contraponiendo nuestras diferencias internas y proyectándolas nuevamente hacia el horizonte de unidad que nos caracteriza como centroizquierda. Reafirmando, también, nuestra genuina voluntad de ser un movimiento político que dé cuenta de los fundamentos de su acción frente a nuestras compañeras y compañeros, que se mueva bajo ideales claros y concretos, y que no se quede meramente en los eslóganes sino que discuta los temas de fondo para luego hacerlos acción. Con energía, movilización y la renovada convicción de que sólo con un proyecto de centroizquierda pluralista, responsable, convocante, sólido, ideológicamente claro y de mayorías es posible avanzar hacia la transformación de la Universidad y del país, tal como lo hemos hecho en nuestros ya casi 15 años de historia. Con la fuerza de nuestras ideas, el trabajo que nos avala y la decisión de seguir construyendo futuro, seguiremos siendo la Nueva Acción Universitaria.
Comisión Organizadora I° Congreso NAU
Paula Castillo – Derecho | Tania Hinostroza – Ingeniería | Tomás Infante – Derecho | Cristóbal Karle – Sociología/Ciencia Política | Massimo Magnani – Derecho | Patricio Mella – Ingeniería | Trinidad Ortega – Sociología | Valentina Saldaña – Antropología | Vicente Tillería – College