Asumir un liderazgo implica valor, honor, pero sobre todo un deber. El valor de gritar al mundo sin pudor tu pensamiento, a sabiendas de que, por la misma razón que muchos te apoyarán, otros desearán verte caer. El honor de contar con la confianza de personas que, tal vez sin conocerte tanto, creyeron en ti, en tu trabajo, en tu mensaje. El deber de ejercer con sabiduría, prudencia, profesionalismo, pero sobre todo consecuencia, el cargo que fue entregado a tus manos.

Tengo el orgullo de haber compartido con tantas lideresas de diferentes podios. Algunas de la vereda del frente, otras de mí misma vereda, pero todas con un factor en común: las ganas de hacer de los espacios algo mejor.

Qué bonito cuando las mujeres se encuentran y comparten respetuosamente sus opiniones, sobre todo si son diversas. Mejor aún, cuando reconocemos todas a un enemigo común, el cual es el trato históricamente reconocido, nacional e internacional, que se nos ha dado a todas y que ha marcado la forma en cómo por mucho tiempo -y hasta la fecha- somos invisibilizadas, postergadas, violentadas e incluso ninguneadas. Todo lo anterior normalizado.

Un simple paneo general por las cifras de representación en los directorios más importantes del mundo empresarial y educacional (cuna de los grandes cambios) hace gráfica muestra de que nos falta mucho camino por recorrer. Mención especial merece el mundo de la política, tanto a nivel nacional como estudiantil, donde, como un péndulo, observamos el ir y venir de mujeres que “por hablar mucho” han sido silenciadas o que derechamente han optado por el silencio y ser testigos de enormes injusticias (si es que no víctimas) en miras a conservar un trabajo o un techo o incluso el alimento propio o de sus familias.

¿Y si vamos todas? Tanto en la elegancia del blanco y negro como en la majestuosidad de la noche, todos los pañuelos se ven iguales. Opinar diferente no nos hace enemigas, todo lo contrario; pensar diferente nos convoca a abrir la mente, dialogar y generar acuerdos. El mundo es uno solo, Chile es uno solo y nuestra universidad es una sola.

Encontrémonos, hablemos, siempre recordando que la crítica es en privado y las felicitaciones en público. Si le molesta esto último, le tengo otra oferta: al menos entre mujeres, compartamos ese código, porque históricamente ya tuvimos suficientes agresiones como para venir ahora a tomar actitudes negativas entre nosotras públicamente, menos aún cuando algo se ha logrado avanzar instaurando en la conciencia colectiva la importancia -más bien urgencia- de que hay una deuda con la mujer. Con esa mujer que elige ser madre y esa que no. Con esa mujer que elige el trabajo remunerado y esa cuyo peculio es la gratitud (y, en muchos casos, la ingratitud). Con esa mujer que decidió hablar y esa que eligió (o tuvo que elegir) callar.

Hay quienes dicen que el peor enemigo de una mujer es otra mujer y eso no nos suma. Construyamos entonces, desde nuestros distintos podios, pública o privadamente, un verdadero espacio de reflexión sana, de diálogo sano, de respeto y de justicia.

Yo sé que se puede, que todas podemos. Para algo, desde nuestros distintos podios, todas somos lideresas.

Evelyn Patricia

Presidente TRICEL UC 2024

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