Recientemente, se me emplazó a través de este medio producto de mi última columna. Como primer punto, quiero valorar la crítica realizada, ya que esta ha sido prácticamente el único cuestionamiento que ataca al argumento y no a las meras convicciones contrarias.

Ahora bien, pasando al contenido de la crítica, a lo largo de esta se repiten bastante las ideas de “sistemas o formas de opresión” por un lado. Y por otro, “que no se trata de una lucha de odio”, pero sostener ambas ideas son simplemente contradictorias desde su base filosófica.

Lo anterior se debe, en resumidas cuentas, a que tiene como punto de partida la “lucha de clases” desarrollada por Marx y Engels a mediados del siglo XIX en el famoso “Manifiesto comunista”, donde dicha noción se caracteriza por plantear justamente la existencia de un grupo opresor y un grupo oprimido, y que la única vía de escape sería la eliminación del primero (y esto lo afirmo con total convicción debido al simple hecho de que en un pasado no muy lejano creí precisamente, y con bastante firmeza, en dichos postulados).

Ahora, para refutar parte del ejemplo expuesto: si bien es cierto que dentro de la facultad de Derecho y de la Universidad en general hay pocas mujeres que han ocupado altos cargos, y siendo precisamente Derecho parte de las facultades que lideran dicha lista, esto se debe esencialmente a que antiguamente la cantidad de mujeres que estudiaba este tipo de carreras era mucho menor.

Esto provocó su consecuencia natural en la distribución de los altos cargos, pero debido a que esa tendencia está cambiando notablemente y que solo por mencionar un dato. En el proceso de Admisión del año 2024, en toda la Universidad se matriculó un 55% de mujeres (que me atrevería a sostener, y para bien, que en Derecho también son mayoría), y que si esta cifra, que se debe en su gran medida al propio mérito de las mismas mujeres, se sigue manteniendo de forma constante en el tiempo. Más temprano que tarde llegarán de forma más bien permanente a los cargos más relevantes de la Universidad completa.

Como último punto, cuando en mi anterior columna me refería a una “involución”, era para referirme a ciertas conductas, consignas y acciones que buscan generar un monopolio ideológico de la causa feminista. Si bien no la llevan a cabo todas las mujeres, aquellas conductas terminan por ensuciar dicha lucha, reflejando cierto grado de odio hacia los respectivos adversarios (con base a lo explicado casi al comienzo). En consecuencia, alejan a esas posibles simpatizantes en lugar de lograr una convocatoria lo más transversal posible (siendo ello lo ideal).

Me hubiera gustado explicitar varios ejemplos reales de ello en la presente columna, pero debido al tono de buena parte de estos es que no los puedo mencionar, pero de todos modos los doy por conocidos por quienes estén leyendo esta columna (al menos respecto del famoso cántico referido a lo dispuesto en el artículo 361 de nuestro Código Penal).

A partir de todo lo anteriormente expuesto, es evidente que la causa feminista, con ese tipo de comportamientos y la intención de construir un monopolio ideológico respecto a esta lucha (y otros factores adicionales, respecto de los cuales no me puedo extender demasiado), en lugar de generar unidad, produce cierta hostilidad y resistencia. Como consecuencia final, se pierde tiempo sin poder llegar a una solución real para las respectivas demandas, las cuales, de ser abordadas política y comunicacionalmente de una mejor forma, encontrarían soluciones más rápidas y eficientes.

Felipe Valenzuela

Estudiante de Derecho

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