A raíz de la reciente publicación de la Federación de Estudiantes respecto al Día del Carabinero, y de la multitud de opiniones que se desprendieron de esta, no pude evitar contrastar algunas posturas.
Como ex estudiante de liceo emblemático, me tocó vivir de primera mano lo que fue uno de los períodos en los que más se criticó el actuar de carabineros: el estallido social. No fue solo una protesta masiva. Fue caos: la destrucción de nuestras calles, la toma de nuestros liceos, la quema del metro y una ola de delincuencia desatada bajo la excusa de la indignación social.
En una situación de ese nivel, el rol de carabineros fue duro, pero generalmente adecuado. Se emplearon todas las medidas antidisturbios posibles frente a una gran masa de gente violenta y deshumanizadora, con algunos lanzando bombas Molotov y siendo glorificados en redes sociales, para luego hacerse ver como unas “blancas palomas” al ser detenidos.
Esta romantización de la violencia opacó, lamentablemente, el sentido original de las manifestaciones.
En esta línea, es imposible negar que hubo casos de carabineros que cometieron delitos e irregularidades y se espera que los responsables pendientes sean procesados de manera adecuada, pero desprestigiar a toda una institución por culpa de una minoría es una exageración ridícula. Especialmente teniendo en cuenta el complicado contexto social del estallido y la presión extrema bajo la cual debieron operar.
Carabineros, al fin y al cabo, es una institución que debemos apoyar, ya que nos involucra a todos y vela finalmente por la seguridad de cada uno de nosotros. Demonizarla por completo es olvidar que, sin orden, no hay espacio posible para la democracia, la protesta pacífica ni la convivencia.
Vicente Jeria
Estudiante de Ingeniería
