Estimada directora:

El pasado jueves, a las 12 del día, en las oficinas de la Pastoral UC en San Joaquín, estudiantes y trabajadores rezábamos la oración del Regina Coeli. Habiendo terminado, comenzaron los anuncios pertinentes al día, los cuales fueron interrumpidos por un inteligible grito, que, ante los pedidos de silencio, sólo se hizo más claro: “¡Humo blanco!”. Sonrisas, abrazos y gritos de alegría: ¡Habemus Papam! 

En medio del caos, se distingue una voz que dice: “vamos al templo”. Estudiantes y trabajadores por igual corrimos en búsqueda de nuestras chaquetas y acompañados por el alegre e imponente sonido de las campanas, entramos al templo.

Aún no sabíamos quién era, pero ya nos alegrábamos, rezábamos por él y agradecíamos a Dios. En menos de una hora, el templo estaba repleto de gente, todos con una sonrisa de oreja a oreja, esperando conocer la identidad del sucesor de Francisco.

Nunca se ha visto un pueblo que celebre la elección de su líder sin conocer su identidad, ni una nación que, ante una decisión sobre su gobierno, no se vea dividida. Pero esto es distinto, pues nuestra alegría no proviene de saber si el resultado es nuestro preferido; no depende de si el nuevo Papa se alinea con nuestros ideales. No, nuestra alegría proviene de saber que se ha hecho la voluntad de Dios, de saber que Él nos ha regalado un nuevo pastor, un digno sucesor de San Pedro para que nos guíe por su propia mano.

Más allá de lo mediáticas que sean su doble nacionalidad, sus preferencias en los deportes estadounidenses, y sus viajes misioneros (que también lo llevaron a conocer a nuestro país), lo cierto es que la elección del Cónclave, a diferencia de la mayoría de las elecciones que ocurren en el mundo, no conlleva incertidumbre. La elección del Papa, y nuestra subsecuente alegría, está ligada a una certeza: a una promesa divina de que Dios no abandona a su pueblo (Salmos 94:14).

León XIV es nuestro Papa, elegido por Dios, por su destreza e integridad de corazón para que nos pastoree (Salmos 78:72), y como Iglesia, eso nos llena de una gran y profunda alegría.

Felipe Correa
Estudiante de Ingeniería

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