Estimada directora: 

Hace siete meses me diagnosticaron trastorno de ansiedad generalizado con un grave caso de colon irritable debido al estrés que me causaba la universidad. Debido a esto me recetaron antidepresivos: Venlafaxina para rendir durante el día; Clotiazepam, para poder dormir. 

En una universidad tan cerrada como lo es la UC, muchas veces pensé que estaba sola en este proceso. Veía a mis compañeros estresados, pero nunca tan angustiados como yo lo sentía. Mientras mi vida se caía a pedazos, debía enfrentarme a pruebas y trabajos, y sinceramente, no me la podía. Comencé a faltar a clases, a no rendir como estudiante, a pensar que mis únicas opciones eran congelar o matarme –y me gustaría exagerar sobre esto último–. Debía actuar como si nada, cuando en mi cabeza pasaba todo. 

Mi doctora, preocupada por mi aumento de crisis de pánico, me realizó una licencia psiquiátrica por dos semanas. Logré desconectarme medianamente de la U por siete días. Volví a asistir a clases este martes 17 de junio. El mismo día, usé mi botón de pánico: tuve que botar un OPR, debido a que tenía solo un 50% de asistencia, y aunque asistiera a todas las clases hasta fin de semestre, ya me había echado el ramo. 

Pese a que mi ayudante sabía de mi situación mental, mi profesora me explicó que, en la Facultad de Comunicaciones, los justificativos no sirven para inasistencias a clases. Durante este semestre, de mis cinco ramos tomados, cuatro tienen asistencia. Los porcentajes pedidos varían entre el 70 y el 100%. Las condiciones corren para todos por igual: Estés internado en el hospital, o llorando en tu cama al borde de un ataque suicida, la asistencia es requisito para pasar el curso. 

En 2023, un estudio hecho por la Universidad Andrés Bello y la Universidad de Las Américas, determinó que un 50% de los estudiantes universitarios pueden padecer problemas de salud mental. En la UC se estima que 33.000 estudiantes están registrados como alumnos regulares. Siguiendo la lógica de este estudio, a lo menos 10.000 compañeros estarían con problemas psicológicos actualmente. 

La política de no aceptar licencias médicas para justificar la inasistencia a clases varía según la facultad. Pero quienes no las aceptan pasan a llevar un derecho tan básico como lo es la vida. El problema no es aislado, y el silencio sólo intensifica la gravedad del asunto: No es normal que un joven de 20 años esté más cerca de morir que de pasar un ramo.

Paloma Campos
Estudiante de Periodismo

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